Desconocidos, pero no tanto.
En el muelle de pesca “Séptima”, reservado en su mayoría para los jubilados de Cangas del Morrazo, se observa donde amarran sus barcas planeadoras, de un estilo muy común en esta zona de Galicia. Embarcaciones abiertas, de poco calado y amplia manga.
Aquí, cada día de julio, ya abierta la veda del pulpo, siempre hay quien prepara sus aparejos para echarlos a la mar.
Fue en una de esas idas y venidas cuando, junto a mi hermana, observé una embarcación azul celeste, todavía amarrada, balanceándose con un vaivén fino y suave. Distinguimos un sombrero tipo stingy brim y, bajo él, a su portador, un hombre de apariencia dura y movimientos calmados. Me preguntaba si había vuelto o se preparaba para marchar, si pescaba por afición o porque buscaba un escape de su rutina. Y ahí, en ese preciso momento, decidimos ir a hablar con aquel hombre.
Jose Manuel cumple con el estereotipo gallego, de personalidad recelosa al principio y nostálgica con la confianza, desnudando un humor que oscila entre el sarcasmo y la burla pero que aterriza con un toque paternal y, sobre todo, el no callar cuando hay quien escucha.
Así fue como mi hermana y yo nos encontramos recorriendo la costa donde José Manuel nació y creció, invitados por él mismo. Íbamos salpicados por su acento y su entusiasmo, mientras nos describía con detalle los episodios de su vida: el hombre que vino al mundo a pie de playa, que naufragó en un pesquero portugués y que acabó formando una familia en sintonía con el mar.
Es curioso pensar hasta dónde pueden llevarnos ciertas interacciones y todo lo que despiertan en el aprendizaje sobre uno mismo. Hoy en día, para quienes habitamos la franja de los veintitantos, la interacción real puede sentirse casi violenta, incluso prohibida. Desde pedir la hora a un desconocido, hablarle a quien nos atrae o nos despierta curiosidad, hasta simplemente preguntar cómo va el día… todo eso se ha convertido en un pequeño acto de valentía. Un riesgo que cuesta asumir y que ahora parece más un don que una costumbre.
A veces me pregunto si nuestra generación llegará a contar las mismas experiencias, con la misma profundidad y el mismo peso en la memoria, que aquellos que hoy guardan la llave del recuerdo.
Porque, como decía José Manuel, los años solo sirven para una cosa: conocer gente e historias.
Gracias por leer.